miércoles, 15 de junio de 2011

Capítulo uno: El tutor y el alumno.

Un despertador suena en algún punto de la casa. El joven se levanta casi asustado y lo rebusca por el parquet a tientas. Lo encuentra bajo un montón de ropa y lo apaga, aliviado por deshacerse del molesto pitido. Se pasa una mano por el pelo y se desespera un segundo, volviendo a serenarse al segundo después, consciente de que se sabe la lección de memoria y dándose ánimos. Si Erik Kozlov se caracteriza por algo, es por su capacidad de tranquilizarse y autocomplacerse. Se levanta y se viste con su ropa normal de siempre, ni muy informal ni muy formal. Una camisa, unos vaqueros y sus converse, de esas de toda la vida que tienen más agujeros y polvo que tela pero que era incapaz de tirar por su gran valor sentimental y por haberles costado un ojo de la cara en su momento. Se paseó un momento por su pequeño piso y lo ordenó un poco, pues esa noche tocaba que la manada se reuniera en su casa, cosa que odiaba, pues le disgustaba cocinar para esos idiotas. Lo odiaba cuando era neófito y lo odiaba entonces, más experimentado.
El móvil sonó de improvisto, sobresaltándolo. Creyendo que lo había dejado en la mesilla de noche junto a sus gafas, avanzó hacia allí, tropezándose con el aparato y cayendo al suelo estrepitosamente. Se incorporó un poco y pulsó la tecla verde, descolgándolo, y llevándoselo a la oreja.
-¿Sí?- preguntó soñoliento. Se había hecho daño en un tobillo y se lo agarraba, intentando calmar el dolor.
-Erik, ¿te he despertado?- es una voz femenina que él conoce muy bien. Se trataba de Nora Kershev, su mejor amiga e hija de la hermana del Alfa, es decir, su sobrina, por lo que a pesar de ser una hembra, era bastante respetada por los demás miembros. Los hombres lobo siguen siendo un poco machistas.
-No, tranquila- respondió levantándose. Se dirigió a la cocina y puso en marcha la cafetera-, ¿ha ocurrido algo?
-Sí- Nora lanzó un gritito emocionado- ¡Belinda y Clément están saliendo!- dejó caer un suspiro soñador-, ¿ves? Te dije que veía amor.
-¿Me has llamado para eso?- echó el café en una taza, soltándola sobre la mesa al quemarse los dedos.
-Que capullo estás por la mañana- le reprendió ella-. Te llamo por otra cosa. La reunión de la manada se pasa de esta noche a ahora mismo.
Erik dejó la taza suspendida en el aire, a medio camino de sus labios, sin importarle lo que quemara ahora el asa. No, mierda, pensó.
-Tengo un examen, ¿es que eso no le importa a nadie?
-No- respondió Nora cortante-. De hecho estamos llegando a tu casa.
-Oye, Nora…- Erik no terminó la frase cuando su amiga colgó el teléfono. Entendiendo que no podría hacer nada por cambiar la hora de la reunión, decidió dejarlo pasar. Total, siempre podía hacerlo mañana. Y siempre estaría Matt Liëv, el médico de la manada, para hacerle un justificante real para presentarlo. Satisfecho con su idea, se relajó un poco y terminó su café, dejando la taza en el fregadero y echando más granos en la cafetera, por si a alguno de sus compañeros le apetecía. Ya debería ser importante como para no poder esperar hasta la tarde.
Minutos más tarde, el timbre de la entrada comenzó a trinar como si le fuera la vida en ello. Qué impacientes, se dijo molesto. Con un suspiro de alivio se felicitó a sí mismo por haber recogido antes la habitación. En total la manada se componía de once miembros contando al Alfa, y Erik se preguntaba si cabrían todos en su pequeño piso en el que la cama estaba en el salón y la cocina estaba separada por una barra de bar. Abrió la puerta con rapidez y sus compañeros entraron en estampida en el lugar. Saludó a todos con una cálida sonrisa y su simpatía cotidiana y sacó banquetas de la cocina para los que no cabían en los bordes de la cama o no querían sentarse en el suelo. Siguiendo el protocolo, John Békket se sentó en el centro, con los demás formando un semicírculo ante él, para que todos pudieran verse las caras. Como siempre, Nora se sentó junto a Erik. Ésta señaló a Belinda Wiffe y a Clément Hiver, que se habían sentado juntos en el suelo y se cogían las manos con dulzura. Nora guiñó un ojo a su amigo, “te lo dije” parecía indicar. Erik puso los ojos en blanco y sonrió.
Tras pasar lista y comprobar que todos estaban, John, el Alfa, comenzó su habitual charla.
-Hoy, como cada doce de cada mes, nos reunimos una vez más. Esta vez es especial pues uno de los nuestros ha sido avistado no muy lejos de aquí. Hace mucho que formamos esta manada y desde entonces sólo se han unido dos lobos más, aparte de los primeros en llegar, por eso hoy debemos recibir la buena noticia de haber encontrado a nuestro miembro doceavo, que da paso al número mínimo de lobos que debe haber en una manada, siguiendo el dogma de los primeros hombres lobo.
Derek Diürmann, un chaval de veinticuatros años, levantó la mano como se hacía en los colegios cuando querías preguntar algo. John asintió y el joven lobo carraspeó.
-¿Quién convertirá al nuevo?- las conversaciones quedas y las opiniones en voz baja surgieron entre la manada. Ninguno quería ser el tutor del nuevo, pero todos querían ser el elegido de John. Derek había dado en el bingo al decir en voz alta la duda que paseaba por la cabeza de todos. Quién convirtiese a otro en lobo, debía ocuparse de él o ella hasta que pasase el periodo de prueba y el Alfa diese su bendición de que podía entrar en la manada. Si el lobo neófito no se comportaba, estaba fuera. Si no obedecía a su tutor, estaba fuera. Si su tutor no se ocupaba de él y lo dejaba morir en la primera transformación, el tutor era echado a la calle a patadas. Ésas eran las reglas para la transformación. De esta forma, John fue tutor del padre de Nora, y éste de Nora. Ella a su vez fue tutora de Erik. Al igual que Matt aún era tutor de Belinda y Derek de Clément o Leah era pupila de Mercy. Cada uno tenía o tuvo su tutor.
-Tras cavilarlo mucho- contestó John- he pensado que el elegido para esta misión será Erik Kozlov. ¿Lo aceptas?
Nora dio un suave codazo a su amigo. Erik estaba boquiabierto pues siempre quiso ser tutor de uno de los nuevos, y haberlo conseguido significaba haber pasado a ser un experimentado a los ojos de su Alfa y de sus compañeros.
-Sí, acepto- contestó con altivez, orgulloso de sí mismo.
John y él estrecharon las manos.
-Tu pupilo se llama Tyler Jankowski. Has de buscarlo por los barrios bajos del norte de la ciudad.
No quedaba muy lejos de allí.  Esa misma tarde se haría a la búsqueda. La reunión continuó con normalidad, sin más sobresaltos.

Efectivamente, no muy lejos de allí, en los barrios bajos y más pobres de la ciudad, Tyler Jankowski entraba en el baño de un bar, habiendo conseguido una aguja y un poco de hilo de una tienda de costura. La anciana que la regentaba no echaría de menos una simple aguja y una hebra de sus montones de ovillos. Resultaba genial conseguir cosas gratis. Eso no lo convierte a uno en un ladrón, pensó Tyler, sólo lo cojo prestado pero sin devolverlo, para ahorrar.
Se quitó la camiseta y dejó su torso al descubierto. Las costillas parecían querer atravesar la piel y los huesos de la cadera se marcaban más de lo habituado. En el costado izquierdo se erguía un largo corte, muy profundo y aún sangrante. Recuerdo de la pelea de la noche anterior en el metro, cuando un tipo le clavó un cuchillo en mitad de la pelea, cogiéndole por sorpresa. Lo dejó allí tirado de cualquier manera, casi desangrándose. Esa noche durmió  en el metro. Esa mañana se encontró todavía vivo.
Introdujo el hilo en el ojal de la aguja y ató el extremo. Clavó la punta en la carne y comenzó a coser la herida, mordiéndose los labios y blasfemando mentalmente contra Dios, los seres inertes y cualquier persona que estuviera tomando una cerveza tranquilamente a tres metros a la redonda. Tras dar la última puntada, tiró del hilo para romper lo sobrante, se metió la aguja en el bolsillo del pantalón y abrió el grifo. Lavó la sangre reseca e introdujo la cabeza bajo el agua, dejando que corriera por su pelo rubio, eliminando la suciedad. Cerró el grifo y se secó la cabeza bajo un secador de mano, mientras volvía a ponerse la camiseta. No podrán decir que los pobres de la calle no nos lavamos, pensó mientas abandonaba el bar.

Prólogo

En una estación de metro subterráneo, a medianoche. Apenas hacen diez minutos desde que el último tren pasara y ahora el lugar está abandonado y semioscuro. Si no fuera, tal vez, por el fluorescente que parpadea indeciso o esa figura que se acerca tambaleante y con más sangre en la ropa que dentro del cuerpo. Es un chico. De unos dieciocho años.
Se apoya en la pared y se desliza lentamente hasta quedar sentado. Con un suspiro de dolor, traga saliva y se quita la camiseta, empapada en carmín. Mucha de esa sangre es suya, pero la mayoría es de sus atacantes, que se han llevado la peor parte. Es un luchador nato, con alma de anarquista y un cuerpo tan delgado que las costillas se notan demasiado a través de la piel. Cualquiera diría que es pobre. Y así es. Vive en la calle y se alimenta una o dos veces al mes. Aún así, en su papel de escoria humana, no deja de ser casi famoso en los bajos barrios, donde se ha llevado más de una paliza por no mantenerse callado y por hablar con más ironía de la cuenta.
Ese es Tayler Jankowski.
Muy lejos de allí, sin embargo, otro chico de edad aproximada se quita sus gafas de pasta y las deja en la mesilla de noche. Ha estado todo el día estudiando para un examen muy importante y lo único que quiere ahora es dormir, aunque la trigonometría le ametralle aún la cabeza. Este chico no es famoso en ningún sitio. Prefiere pasar desapercibido. Odia la ironía y a la gente impulsiva. Se controla con facilidad y la serenidad siempre ha sido su mayor fuerte.
Se lleva los dedos índices a las sienes y las masajea un poco. Se siente cansado, pero no puede dormir. Está muy nervioso. Se hace una tila y antes de beber el primer sorbo ya está tranquilo. Se recuerda que mañana hay reunión de grupo y no puede llegar tarde, o John le reprenderá. Qué tontería, piensa, si yo nunca he llegado tarde.
Ese es Erik Kozlov.